jueves, 25 de marzo de 2010

Explicación del Padre Nuestro

‹‹Padre nuestro que estás en los cielos››

Hombre mío, ¿Llamas Padre a Dios? Bien lo llamas porque El es el Padre de todos. Pero cuida de hacer obras que agraden a tu Padre. Pero si haces malas obras, es obvio que llamas padre al demonio. Porque él es quien supervisa las cosas malas. Por eso trata de evitarlo y agradar a tu buen Padre y Creador.

‹‹santificado sea tu Nombre››

¿Entonces qué? ¿No es Dios santo? Sí, es santo, pero esto es lo que dices en la oración: “Santificado sea tu nombre, para que vean los hombres mis buenas obras y glorifiquen a mi Padre y Creador.”

‹‹venga a nos tu reino››

¿Entonces qué? ¿No es Dios rey se trata de que va a venir su reino? Sí, es Rey de todos, pero sin embargo exactamente una ciudad la cual fue rodeada por enemigos, pide que venga el ejército del rey y que la libere, así por lo tanto nosotros que fuimos rodeados por las fuerzas enemigas, por nuestros pecados y malos pensamientos, pedimos que venga el reino de Dios para que nos libere. Y explicando de otro modo: Como dice el profeta ‹‹Reinó Dios en las naciones›› (Salmo 46:9), usando el pasado como el futuro,

Así clamamos: Que venga tu reino, Señor, es decir que venga a nosotros tu misericordia.

‹‹Hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra››

Dice lo siguiente: Señor, como exactamente se hizo tu voluntad en el cielo y viven todos los ángeles en paz y no existe entre ellos alguno que empuje y otro que le corresponda el empuje, ni uno que golpee y que otro se deje golpear, sino que todos se encuentran en una paz infinita, así también se haga tu voluntad en nosotros los hombres que estamos en la tierra. Para que todas las naciones con una boca y con un corazón glorifiquemos a nuestro Creador y Salvador.

‹‹El pan nuestro de cada día dánoslo hoy››

Pedimos recibir el pan cotidiano. Sin embargo el pan del alma es la palabra de Dios, como dijo uno de los Santos: Hijo mío ‹‹abre tu boca para que digas la palabra de Dios›› (Proverbios 24: 76 y 31:8). Y por esto es bueno que a menudo conmemores a Dios que el respirar.

‹‹Y perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden››

Dice lo siguiente: Y perdona nuestras ofensas, es decir nuestros pecados y culpas, como nosotros perdonamos a aquellos hermanos nuestros que son culpables y pecan contra nosotros, también los libres y esclavos y todos aquellos que se encuentran bajo nuestra autoridad. Diciendo estas cosas, hombre mío, si lo haces así, comprende que es terrible caer como culpables en las manos del Dios vivo. Y puesto que te corregirás, regresa al Creador y Señor.

‹‹Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del maligno››

Si Satanás pide cernernos como el trigo, exactamente como pidió también cerner a los apóstoles, y como obviamente fracasó, y como en la época antigua y con Job, no les des poder contra nosotros. Pero si un hombre perverso deseara tentarnos o nos haga mal, no nos dejes caer en su voluntad sino cúbrenos bajo la protección de tus alas.

‹‹Porque tuyo es el reino y el poder››

Señor, puesto que tuyo es el reino, no nos dejes temer otro reino, ni otra soberanía, si somos dignos del infierno por nuestros pecados. Tú, castíganos de cualquier modo que desees, y no nos entregues en manos de los hombres. Pero deja que en castigo caigamos en tus manos, porque como es tu grandeza, así es tu merced, Padre Todopoderoso en los siglos.

Amén.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Sobre el misterio de la Encarnación del Logos



S. Ignacio de Antioquía: Considera al que está fuera de todo tiempo, intemporal, invisible, pero visible por nosotros, impalpable, impasible, pero por nosotros pasible, el cual sufrió toda clase de sufrimientos por nosotros

S. Justino: El cual (Jesucristo), ahora por voluntad de Dios, hecho hombre por el género humano, soportó el padecer aun aquellas cosas que maquinaron contra El los impíos judíos por impulso de los demonios.

S. Hipólito: Porque el Logos de Dios, careciendo de carne, vistió la santa carne de la Santa Virgen, tejiéndose como Esposo para sí mismo un vestido en el patíbulo de la Cruz; con el cual en efecto, uniendo nuestro cuerpo mortal a su poder, y mezclando lo corruptible con lo incorruptible, lo firme con lo enfermo, diese al hombre la salvación que había perdido.

S. Ireneo: Porque si no hubiese que salvar la carne, de ninguna manera el Verbo de Dios se hubiese hecho carne. Y si no tuviese que buscar la sangre de los justos, de ninguna manera el Señor hubiese tenido sangre.

S. AtanasioO: Aunque no se hubiese creado ninguna obra, sin embargo, existía el Verbo de Dios y Dios era el Verbo. Y ese Verbo de ninguna manera se hubiese hecho hombre si no hubiese existido la necesidad del hombre.

S.Cirilo de Alejandría: Por las caídas de los hombres y por nuestros pecados muy gran gracia tenga el Unigénito. Sepa pues que fueron para Él ocasión de aquella gloria deífica, los pecados de la humanidad. Porque si no hubiésemos pecado, no se hubiese hecho semejante a nosotros.

S. Agustín: Si el hombre no hubiese perecido, el Hijo del hombre no hubiese venido.

S. Atanasio: Se dará cuenta también de la causa de aquellas palabras, a saber, “el Señor me creó como comienzo de sus caminos para sus obras” (Prov 8,22), porque como El quisiese destruir nuestra muerte se tomó un cuerpo de la Virgen María, para que ofreciéndo¬lo por todos como víctima al Padre, nos librase a todos.

Ευαγγελισμός: 25 de Marzo, Día de la Independencia de Grecia




ΥΜΝΟΣ ΕΙΣ ΤΗΝ ΕΛΕΥΘΕΡΙΑΝ

Σε γνωρίζω από την κόψη
Του σπαθιού την τρομερή
Σε γνωρίζω από την όψη
Που με βια μετρά τη γη
Απ' τα κόκκαλα βγαλμένα
Των Ελλήνων τα ιερά
Και σαν πρώτα ανδρειωμένη
Χαίρε ω χαίρε ελευθεριά


En 1453, cayó Constantinopla el último reducto del Imperio Bizantino en manos de los conquistadores turcos. No será hasta 1821 cuando surja como tal el Estado griego moderno. El 25 de marzo de cada año, día de la fiesta de Ευαγγελισμός, el pueblo griego celebra su fiesta nacional, en memoria del comienzo de la lucha independentista de 1821 día en el que fue levantado el Santo Lábaro de la libertad por el obispo Germanos en el monasterio de Agia Lavra en el Peloponeso. Cada 25 de marzo los griegos se reunen alrededor de la mesa para disfrutar del Skordayá, crema de ajos, hecha con patatas , sal, aceite y vinagre y del bacalao frito ya que este día se levanta el ayuno de la Gran Cuaresma por la fiesta de la Anunciación que es celebrada con solémnes servicios religiosos.

martes, 23 de marzo de 2010

Musica Litúrgica










El Misterio de la Confesión



Misterio

La palabra misterio, en el sentido sacramental, indica la entidad o realidad que está oculta a los no creyentes, y que es concebida y asimilada en la comunión de la Iglesia. San Nicolás Cabasilas describe los Sacramentos como canales celestiales por medio de los cuales el Señor introduce a los fieles en su Reino, una puerta que se nos abre a la Presencia del Señor.

El Misterio, a fin de cuentas, es la providencia salvífica de Dios, es Cristo (Col 2: 3), «el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos» (Rom 16: 25. Véase también Ef 1: 9-10; Ef 3: 5, 6, 9), es el misterio del amor infinito de Dios. Toda obra efectuada en el Espíritu Santo por la edificación de la comunidad es un misterio en la concepción ortodoxa.

Penitencia

El vocablo griego μετάνεια (metania), que significa «penitencia», está compuesto por dos palabras: μετα cuyo significado es «cambio», y νοός que indica «el ojo espiritual del alma», por lo que la penitencia es el cambio de mentalidad, actitud y curso de vida. Es un cambio existencial realizado no por fuerzas humanas, sino por el poder divino. Esta penitencia verdadera es un retorno del ser humano hacia su estado natural. Cuando el hombre vuelve a su propia naturaleza, la comunión con Dios se hace posible y se efectúa la reconciliación.

Los Padres aseguran que ella ha de ser constante hasta la muerte. Dice san Isaac el Sirio: «La penitencia es necesaria para cualquiera que procura la Salvación, sea pecador o justo; porque la perfección no conoce límites. Aún la perfección de los adelantados espiritualmente mengua. Por eso la penitencia no cesa sino hasta la muerte.» La literatura monástica nos platica de san Sisoe: cuando estaba por apartarse de este siglo, su rostro radiaba como el sol. Los padres lo cercaban y él les dijo: «He aquí que veo a los ángeles acercándose para llevarme, y yo les suplico me dejen un rato más para arrepentirme.» Los ancianos le decían: «Tú no necesitas de arrepentimiento, padre nuestro.» Les contestó: «En verdad, dudo si lo he iniciado.» Entonces todos comprendieron qué sublime estatura de santidad había alcanzado.

Y para comprender la constancia de la penitencia, hay que deshacerse de la concepción superficial que la identifica con mera culpabilidad por cierta actitud dañina, o con un dolor o temor ante heridas que nos podemos haber provocado a nosotros mismos o al prójimo. Si bien estos sentimientos son elementos necesarios, no son en sí la penitencia total, ni siquiera su dimensión más esencial. La penitencia no necesariamente es una crisis emocional, sino es la centralización de nuestra vida con base en un eje nuevo: la Santa Trinidad. San Teófano el Recluso dice: «Mientras la habitación esté inmersa en la oscuridad, jamás advertiremos su inmundicia; pero en cuanto sea iluminada con una luz vigorosa, podremos ver hasta el grano de polvo más minúsculo. Lo mismo pasa en la habitación de nuestra vida, pues el orden de las cosas no consiste en arrepentirse para luego comprender a Cristo sino, más bien, la luz de Cristo que penetra en nuestra vida nos hace percibir de un modo verdadero nuestro pecado personal.» Da testimonio de este orden espiritual la visión del profeta Isaías: primero observa al Señor sentado en el Trono y escucha a los Serafines decir: «¡Santo, Santo, Santo!», luego se lamenta diciendo: «¡Hay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6: 1-5) El inicio de la penitencia es observar la belleza y gloria de Dios, no la fealdad y miseria mía. San Pablo dice: «La tristeza que es según Dios produce un irreversible arrepentimiento para la Salvación» (2Cor 7: 10). Entonces, no se trata de una tristeza melancólica que mira hacia nuestros defectos sino arriba, hacia el amor de Dios; no atrás con remordimiento y culpabilidad sino adelante con confianza y gratitud; no observamos lo que no hemos podido cumplir, más bien, lo que podremos realizar por la Gracia de Cristo.

La vida cristiana no consiste en acatar ciertos mandamientos, porque la ley antigua se transformó en ley espiritual escrita sobre las tablas de nuestro corazón. Obedecemos, pues, a Dios no por temor ni buscando recompensas, sino porque lo amamos. Nos arrepentimos no porque hemos trasgredido cierta ley sino porque buscamos constantemente a Dios. Pecamos no al desobedecer algún mandamiento sino al empobrecernos en amor y al vivir lejos de su Gracia. El padre confesor ayuda al creyente para descubrir lo negativo que ha hecho, pero además lo positivo que ha dejado de practicar. Este paso primero, que es el más difícil, consiste en que el hombre reconozca interiormente su pecado. Dice san Isaac el Sirio: «El que reconoce su pecado es más importante que el que resucita a un muerto.»

Confesión

La confesión es la expresión de la penitencia efectuada de antemano en el alma. El hombre se arrepiente en lo profundo de su ser, y esto lo estimula hacia la confesión total. Dice san Juan el Evangelista: «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia» (1Jn 1: 8-9).

En la Iglesia primitiva, la confesión se practicaba ante toda la asamblea; pero, posteriormente y por razones de índole pastoral, a partir de una orden del patriarca de Constantinopla Nectario, la práctica comunitaria de la confesión fue disminuida en dicha ciudad, y paulatinamente en los demás patriarcados; y se concluyó definitivamente que la confesión de los pecados se realizara ante el sacerdote de una manera individual, debido a que el presbítero, además de escuchar la Confesión, guía e instruye de una forma que hace de la confesión una renovación o prolongación del santo Bautismo. «Me atrevo a decir que el manantial de lágrimas que surge después del Bautismo es aún más importante que el mismo: nosotros, que recibimos el Bautismo desde infantes, volvemos a mancillarlo; sin embargo, por medio de las lágrimas lo devolvemos a su pureza original», dice san Juan Clímaco.

San Siluán de Athos dice: «¿Cómo sabes que Dios te ha perdonado los pecados? Si odias el pecado, si tienes compasión del pecador, si te alegras con el que se arrepiente por sus faltas, si perdonas a tus deudores, todo ello indica que Dios te ha perdonado. Si amas significa que el amor de Dios mora en ti. El penitente es quien padece con todos los hombres y, especialmente, con los que no conocen a Dios.»

¿No es suficiente confesarse ante Dios?

Dice Santiago, hermano del Señor: «Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros para que seáis curados» (Sant 5: 16). San Doroteo de Gaza (Siglo VII) enfatiza que quien no tiene un guía en su vida espiritual asemeja a una hoja en el otoño que, al ser privada del alimento del árbol, se seca y cae de la rama, y en consecuencia es pisoteada y menospreciada. «Al que encubre sus faltas, no le saldrá bien; el que las confiesa y abandona, obtendrá piedad», dice el libro de los Proverbios (Prov 28: 13).

El cristiano se arrepiente ante Dios y los hermanos, y su arrepentimiento procura reconciliación. El sacerdote, como representante de la comunidad de los fieles, es testigo, guía y ministro del Misterio: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20: 23). Esta sentencia no se debe entender desde una perspectiva legal o protocolaria, más bien, como un don espiritual que ha sido otorgado a los discípulos para guiar las almas hacia la penitencia. El sacerdote no es el dueño del perdón sino el servidor del Misterio. Dios es quien perdona las transgresiones de los hombres, y el sacerdote pide por ello en el Nombre de Cristo Jesús: «Hijo espiritual mío, que a mi indignidad te confiesas: no puedo yo, indigno y pecador, perdonar ningún pecado sobre la tierra, sino Dios es Quien te los perdona. Mas, fiándome en aquella voz divina que recibieron los Discípulos después de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y que decía: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”, digo que todo lo que tú has confesado a mi humilde persona y todo lo que no has dicho por ignorancia u olvido, y cualquiera que fuese, que te lo perdone Dios en el presente tiempo y en el venidero» (Eucologio, Sacramento de la Confesión).

La confesión no se debe observar desde la perspectiva del castigo y de la justificación sino, más bien, como alivio y curación. El hombre solo es incapaz de conseguir la salvación (justificación) por un esfuerzo propio –llámese «confesión» u cualquier otro nombre–, por lo que la penitencia jamás será un medio de expiación sino una medicina, y la confesión una operación quirúrgica que procura llevar al enfermo hacia la plena sanidad. Se trata, entonces, de actitudes positivas y no negativas: no de quebrantar el muro que separa al pecador de Dios, sino de construir puente que lo comunique con Él.

¿Por qué llamamos «padre» al sacerdote, si sabemos que Dios únicamente es el Padre (Mt 23: 9)?

En su carta, san Pablo dice a los corintios: «No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos. Pues hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús. Os ruego, pues, que seáis mis imitadores» (1Cor 4: 14-16). San Juan Crisóstomo, comentando estas palabras de san Pablo, enfatiza que la diferencia entre el pedagogo y el padre está en que éste se encarga de su hijo, lo cuida constantemente y da su vida por él. Y en otra ocasión, él mismo dice: «Es cierto que Dios es el único Padre, el único Santo, como fuente de paternidad y de santidad. El padre espiritual –o el santo– de esta fuente obtiene su paternidad, habiendo recibido el don del Espíritu Santo.» La Tradición eclesiástica consiste en trasmitir la fe a través de la paternidad, por lo que el sacramento de la Confesión es el misterio de la renovación del nacimiento espiritual.

La práctica ortodoxa de la Confesión

Como ocurre en todos los Sacramentos, así también en el de la Confesión, el sacerdote jamás emplearía la fórmula: «Yo te absuelvo de tus pecados», sino que pide humildemente que el Señor acepte la confesión de los fieles: «Oh Señor, Dios nuestro, quien has concedido a Pedro y a la adúltera el perdón de los pecados por medio de las lágrimas, y has justificado al publicano cuando reconoció sus culpas, acepta la confesión de tu siervo (N…) [...] pues a Ti sólo pertenece el poder de remitir los pecados [...]» (Eucologio, Sacramento de la Confesión). La confesión es dirigida a Dios: «Cristo está presente invisiblemente para escuchar tu confesión.» Y Dios es quien perdona y otorga en abundancia su misericordia.

El padre confesor es hombre de oración que tiene paz interior y procura encaminar a los fieles en las sendas del Señor. Por eso, la Confesión es concebida como un contacto personal, una relación viva entre padre e hijo, en la que no hay necesidad de separadores ni de confesonarios; basta tener en esta reunión el icono de nuestro Señor Jesucristo que confirma su Presencia. Es bueno, pues, darnos vergüenza por el estado pecaminoso y el comportamiento indebido que tenemos, pero aún es mucho más importante tener la humildad para confesarlo, y el deseo y la esperanza para corregir el camino: «Dad frutos dignos de conversión» (Lc 3: 8).

La oración de la absolución es otorgada al confesado como un sello de alegría de la Gracia de Dios que lo acompañará en su lucha espiritual, y no es, por tanto, un arma mágica de justificación. Entonces, la costumbre de pedir absolución antes de la Comunión sin confesarse propiamente es ajena a la Tradición de la Iglesia. El sacerdote recita en una oración del Oficio: «[...] no te preocupes en cuanto a los pecados que has confesado, sino que vete en paz.» La absolución es el sello de la Confesión sacramental y no un protocolo preparatorio antes de la Comunión. Ni una sola vez el hombre puede aproximarse a la santa Comunión con una sensación de estar «justificado»; y todas las oraciones y plegarias, personales y comunitarias, piden por «el perdón y la remisión de nuestros pecados y ofensas», como decimos en la Letanía. Entonces la frecuente Comunión no implica frecuente «absolución» sino constante penitencia y «espíritu contrito»; sin embargo, en ciertos momentos de pesadez en el corazón y de gravedad en la conciencia, el hombre necesita acudir a la medicina de la confesión; es entonces cuando el padre confesor ora sobre la cabeza del penitente la absolución confirmando la reconciliación con la Iglesia y la reincorporación en el Cuerpo del Señor. Únicamente en ocasiones de enfermedades graves o mentales se otorga la absolución sin confesión previa.

Conclusión

La Iglesia nos estimula a practicar asiduamente la Confesión para descubrir la profunda alegría de la penitencia; en cambio, la negligencia en frecuentar el Sacramento nos hace perder la armonía de nuestra marcha espiritual. Por la Confesión, las ventanas del alma se abren para recibir con humildad y agradecimiento la luz de Cristo que penetra e ilumina cualquier oscuridad.

domingo, 21 de marzo de 2010

El ascenso a Jerusalén

En este último domingo de la cuaresma, y antes de ingresar a la Semana Santa , nuestra Iglesia lee el pasaje del evangelio donde el Señor está ascendiendo por última vez hacia Jerusalén en ocasión de su pasión, acompañado por sus discípulos. Además, la Iglesia conmemora en este día la figura de una gran santa, María de Egipto (+522), madre de la penitencia.

La lectura del evangelio y la vida de santa María se entrecruzan en un punto muy particular: en el modo cómo se dispusieron en el ascenso a Jerusalén, tanto los discípulos, como cinco siglos después María, la egipcia. En ambas casos, no tuvieron la actitud propicia para entrar en la Ciudad Santa. En efecto, cuando subía el Señor a su pasión, dos de los discípulos, Santiago y Juan, pidieron a Cristo sentarse a su derecha y su izquierda en su gloria, a pesar de que el Señor les había predicho un rato antes que Él iba a ser condenado, azotado y crucificado, y que al tercer día iba a resucitar. Los restantes diez apóstoles se enojaron con sus hermanos. El Señor aprovechó dicha oportunidad para enseñarles acerca de la incompatibilidad entre servir y dominar: “El que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos”.

Por otra parte, santa María era una gran pecadora desde su adolescencia, sin embargo deseaba postrarse ante la Santa cruz del Señor. A tal efecto, viajó de Alejandría a Jerusalén con otros peregrinos, pero sin abandonar su vida lujuriosa, haciendo pecar incluso a los mismos peregrinos. Llegando a la puerta de la Iglesia de la Resurrección , una fuerza invisible le impidió la entrada. En realidad, había llegado el momento para que tomara conciencia tanto de su vida como de su conducta pecaminosa. Pidió a la Madre de Dios que intercediera por ella, para que, postrándose ante la Santa Cruz , pudiera dedicar el resto de su vida a un sincero arrepentimiento. Cuando su deseo fue atendido, realizó dicha promesa. Se fue a vivir al desierto del Jordán, viviendo en ayuno y oración, por un período de aproximadamente cinco décadas.

Tanto los discípulos como María entendieron que no pueden subir a Jerusalén para participar de la pasión del Señor y de su resurrección con una doble actitud o una doble disposición. Ser discípulo de Cristo significa ser siervo de los demás. Dominar es el esquema que rige las relaciones en el mundo, mientras que la entrega y el sacrificio son las huellas de identidad de quienes están al servicio del evangelio. Por otra parte, María vivía la ambigüedad de tener en su corazón dos deseos incompatibles: el ejercicio de la prostitución y el anhelo de postrarse. Pero, santidad y pecado no tienen nada en común; deseos santos y deseos pecaminosos hacen que, dentro del mismo corazón, donde anidan, se viva en un verdadero infierno, ya que uno construye mientras que el otro destruye.

Pretender cultivar actitudes o deseos opuestos al mismo tiempo es una hipocresía, y una actitud ilusoria insostenible. Servir y dominar, prostituirse y postrarse, etc., son actitudes que muestran una inmadurez espiritual y señalan la necesidad imperiosa de arrepentirse. Si, por ello, los hombres se dejan engañar a sí mismo o a los demás, sin embargo, Dios no se puede engañar. Nos engañamos cuando nos ilusionamos que estamos tan cerca de Dios, mientras que estamos tan lejos de Él.

Para llamar la atención a este peligro tan sutil y destructor, el Señor usó la parábola de los dos hijos (Mt 21:28-32): un hombre que tenía dos hijos pidió al mayor que fuera a trabajar en la viña. En una primera instancia, el mayor no aceptó, luego se arrepintió y fue. Del mismo modo, el hombre habló al segundo, pero, este, a pesar de aceptar ir, no fue. Esta parábola fue la última que dijo el Señor antes de su pasión, como si fuera su Testamento, su última palabra hacia nosotros, a los que pretenden ser hijos pero no se comportan en realidad como hijos; pretenden muy respetuosamente aceptar hacer Su voluntad, pero no la hacen; pretenden disponerse para el evangelio y la realización de los mandamientos, pero la sustituyen por un cierto respeto verbal y una cierta conducta moral, que satisfagan su conciencia, mientras que excluyen a Dios de su vida. Por ello, el Señor concluyó la parábola con la afirmación categórica dirigida a los judíos que “los publicanos y las prostitutas os preceden en el reino de Dios”.

Así, entre las dos maneras de responder al Señor, el cambio positivo ocurre por dos razones: primero por la existencia de una sed interior, de una necesidad y una búsqueda, y segundo, por la revisión de su propia actitud. De estas razones nace el arrepentimiento de las prostitutas y de los publicanos. Respondieron a la llamada del Señor por haber sentido y experimentado que alimentaban sus pasiones de manera equivocada, y que existe la posibilidad de redirigirlas de la vicisitud hacia la virtud. Ese camino siguió el primer hijo de la parábola, los discípulos, María, las prostitutas y los publicanos, y encontraron al Resucitado en su corazón. Resucitaron con Él.

Ahora que amanecerá la Semana Santa , ¿con qué disposición acompañaremos a Cristo? ¿Acaso nuestro corazón está tirado entre disposiciones contradictorias: odio y amor, egoísmo y entrega, rencor o perdón, etc.? ¿Acaso no tenemos conciencia de esta actitud esquizofrénica?

Aprovechemos, pues, de este tiempo restante para prepararnos adecuadamente, así nos asemejaremos a María, la egipcia, quien, después de cuarenta siete años de ayuno y de oración, pidió a Padre Zosima que le llevara la Santa Comunión. Pues es así que Cristo resucitará en nosotros. Amén.

La Vida de Nuestra Santa Madre María de Egipto





San Sofronios explica las razones para escribir este trabajo


"Cuando el rey le confía a uno un secreto, es bueno quedarse callado; pero hay que honrar a Dios contando a todos y publicando lo que Èl ha hecho" (Tobit 12:7). Así dijo el Arcángel Rafael a Tobit cuando realizó la milagrosa curación de su ceguera. De hecho, no mantener el secreto de un rey es un riesgo peligroso y terrible, pero mantener silencio acerca de las obras de Dios es perjudicial para el alma. Y yo (dice San Sofronios), al escribir la vida de Santa María de Egipto, temo esconder las obras de Dios mediante el silencio. Recordando la desgracia pronosticada al siervo que escondió su talento divino en la tierra (Mateo 25:18-25), me veo obligado a transmitir el relato que me ha sido dado. Que nadie piense (continúa San Sofronios) que yo he tenido la audacia de escribir faltando a la verdad o que dudo esta gran maravilla – ¡Que jamás mienta sobre cosas sagradas! Si acontece que personas que, habiendo leído este registro, no lo creen, que el Señor tenga misericordia de ellos, porque reflejando la debilidad del alma humana, consideran imposible que estas cosas maravillosas sean realizadas por personas santas. Pero ahora debemos comenzar a contar esta asombrosa historia, que ha tenido lugar en nuestra generación y que me fue revelada por buenos hombres experimentados desde la niñez en trabajos y obras piadosas.

San Sofronios presenta al virtuoso Abba Zosimas


Había un cierto anciano en uno de los monasterios de Palestina, un sacerdote de vida y palabra santa, quien desde su infancia fue criado en los modos y costumbres monásticas. El nombre de este anciano era Zosimas. Él había realizado todo el camino de la vida ascética y en todo se adhería a la regla relacionada a las labores espirituales una vez dada a él por sus superiores. Él mismo también había agregado mucho a esta regla al trabajar por someter a la carne a la voluntad del espíritu. Y no había fallado en su meta. Era tan renombrado por su vida espiritual que muchos venían a él de monasterios vecinos y otros incluso de más lejos. Mientras hacía todo esto, nunca cesó de estudiar las Sagradas Escrituras. Ya fuera descansando, de pie, trabajando o comiendo (si las migajas que roía pueden ser llamadas comida), él incesante y constantemente tenía una sola mira: siempre cantar de Dios, y practicar la enseñanza de las Divinas Escritures. Zosimas solía relatar cómo, tan pronto como fue quitado del seno materno, fue entregado al monasterio donde él pasó por su entrenamiento como un asceta hasta que llegó a la edad de cincuenta y tres. Luego de eso, comenzó a ser atormentado por el pensamiento de que era perfecto en todo y que no necesitaba instrucción de nadie, diciéndose a sí mismo mentalmente: "¿Habrá un monje sobre la tierra que me pueda ser útil y mostrarme un tipo de ascetismo que yo no haya logrado? ¿Habrá un hombre en el desierto que me haya superado?"

Un ángel instruye a Abba Zosimas

Así pensaba el anciano, cuando de repente un ángel se le apareció y dijo:

"Zosimas, has luchado valientemente, dentro de lo posible para el hombre, valientemente has ido a través de la prueba ascética. Pero no hay hombre que haya llegado a la perfección. Ante ti yacen luchas desconocidas mayores que las que has logrado. Para que conozcas cuántos rumbos llevan a la salvación, deja tu tierra natal como el renombrado Abraham y ve al monasterio en el río Jordán".

Él llega a un nuevo monasterio en el río Jordán

Zosimas hizo como le fue dicho. Se fue del monasterio en el cual había vivido desde la infancia y se fue al río Jordán. Finalmente llegó a la comunidad a la que Dios lo había enviado. Habiendo golpeado a la puerta del monasterio, dijo al monje que era portero quién era; y el portero le dijo al abad. Al ser admitido en la presencia del abad, Zosimas hizo la usual postración y oración monástica. Viendo que él era un monje el abad preguntó:

"¿De donde vienes, hermano, y por qué has venido ante nosotros, hombres pobres y viejos?"

Zosimas respondió:

"No hay necesidad de hablar de donde he venido, sino que he venido, padre, buscando provecho espiritual, porque he escuchado sobre su gran habilidad en guiar a las almas hacia Dios."

"Hermano", le dijo el abad, "Solo Dios puede curar la iniquidad del alma. Que Él nos enseñe Sus caminos divinos y nos guíe. Pero como ha sido el amor de Cristo lo que te movió a visitarnos a nosotros hombres pobres y viejos, entonces quédate con nosotros, si es por eso por lo que has venido. Que el Buen Pastor Quien dio su vida por nuestra salvación nos llene a todos con la gracia del Espíritu Santo."

Luego de esto, Zosimas se inclinó ante el abad, pidió por sus oraciones y bendiciones, y se quedó en el monasterio. Allí vio ancianos instruidos en la acción y en la contemplación de Dios, inflamados en Espíritu, trabajando para el Señor. Cantaban incesantemente, permanecían en oración toda la noche, el trabajo estaba siempre en sus manos y los salmos en sus labios. Nunca una palabra fútil era escuchada entre ellos, no sabían nada sobre adquirir bienes temporales o de los cuidados de la vida. Pero tenían un deseo –volverse en vida como cadáveres. Su constante comida era la Palabra de Dios, y mantenían sus cuerpos con pan y agua, en la medida que el amor por Dios les permitiese. Viendo esto, Zosimas fue en gran manera instruido y preparado para la lucha que yacía ante él.

Muchos días pasaron y el tiempo se acercaba cuando todos los cristianos ayunan y se preparan a si mismos para adorar la Divina Pasión y Resurrección de Cristo. Las puertas del monasterio fueron mantenidas siempre cerradas y abiertas solamente cuando uno de la comunidad era enviado fuera con algún mensaje. Era un lugar desértico, no solo sin visitar por personas del mundo sino incluso desconocido para ellos.

Abba Zosimas parte hacia el desierto

Había una regla en ese monasterio que era la razón por la cual Dios llevó a Zosimas allí. En el comienzo del Gran Ayuno1 el sacerdote celebró la Divina Liturgia y todos participaron del santo Cuerpo y Sangre de Cristo. Después de la Liturgia fueron al comedor y comieron una pequeña comida de Cuaresma.

Una vez reunidos todos en la Iglesia, y luego de orar encarecidamente con postraciones, los ancianos se besaron mutuamente y se pidieron perdón. Y cada uno hacía una postración al abad y pedía sus bendiciones y oraciones por la lucha que yacía ante ellos. Luego de esto, las puertas del monasterio fueron abiertas, y cantando "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temer?"(Salmo 26:1) y el resto del salmo, todos fueron al desierto y cruzaron el río Jordán. Solo uno o dos hermanos fueron dejados en el monasterio, no para resguardar la propiedad (ya que no había qué robar), sino para no dejar la Iglesia sin servicio Divino. Cada uno llevaba consigo tanta comida como podía o deseaba en el camino, de acuerdo a las necesidades del cuerpo: uno llevaría un pan pequeño, otro algunos higos, otro algunos dátiles o trigo remojado en agua. Y algunos no llevaban más que su propio cuerpo cubierto con harapos y alimentado, cuando la naturaleza los obligaba, con las plantas que crecían en el desierto.

Luego de cruzar el Jordán, todos se dispersaron lejos y ampliamente en diferentes direcciones. Y esta era la regla de vida que tenían, y que todos observaban –no hablarse entre ellos, o conocer cómo cada uno vivía y ayunaba. Si acontecía que se veían entre ellos, se iban a otra parte del país, viviendo solos y siempre cantando a Dios, y en un tiempo definido comiendo una cierta cantidad de comida. De esta forma pasaban la totalidad del ayuno y solían regresar al monasterio una semana antes de la Resurrección de Cristo, en el Domingo de Ramos, vuelto cada uno teniendo su propia conciencia como testigo de su labor, y ninguno preguntaba a otro cómo había pasado su tiempo en el desierto. Tales eran las reglas del monasterio. Cada uno de ellos mientras estaba en el desierto luchaba consigo mismo contra el Juez de la lucha –Dios- no buscando agradar a los hombres y ayunar ante los ojos de todos. Porque aquello hecho por causa de los hombres, para ganar alabanza y honor, no es sólo inútil para aquel que lo realiza sino a veces la causa de gran castigo.

Zosimas hizo lo mismo que todos. Y fue lejos, lejos en el desierto con la esperanza secreta de encontrar algún padre que pudiera estar viviendo allí y que pudiera satisfacer su sed y ansia. Y vagaba incansablemente, como si se apresurase a un lugar definido. Ya había caminado por veinte días y cuando llegó la sexta hora se detuvo y, volviéndose al Este, comenzó a cantar la Sexta Hora y recitar las oraciones habituales. Él solía interrumpir así su viaje en horas arregladas del día para descansar un poco, cantar salmos de pie y orar de rodillas.

Abba Zosimas encuentra a Santa María por primera vez

Y mientras cantaba así sin sacar sus ojos de los cielos, súbitamente vio a la derecha de la colina en la cual se encontraba la figura de un cuerpo humano. Al principio estaba confuso pensando que se encontraba ante la visión del diablo, e incluso se sobrecogió de miedo. Pero, habiéndose protegido a sí mismo con la señal de la Cruz y habiendo expulsado todo temor, volvió su mirada en esa dirección y en verdad vio una forma deslizándose hacia el sur. Estaba desnuda, la piel oscura como si estuviese quemada por el calor del sol, el cabello de su cabeza blanco como un vellón, sin ser largo, llegando justo bajo su cuello. Zosimas estaba tan gozoso de ver una forma humana que corrió hacia ella en persecución, pero la forma escapó de él. Él la siguió. A una cierta distancia suficiente como para ser escuchado, gritó:

"¿Por qué escapas de un hombre viejo y pecador? Esclavo del Dios Verdadero, espérame, sea quien seas, en el nombre de Dios te digo, por el amor de Dios por causa de Quien tu vives en este desierto."

"Perdóname en el nombre de Dios, pero no puedo volverme hacia ti y mostrar mi cara, Abba Zosimas, porque soy una mujer y estoy desnuda como tu ves, con la vergüenza descubierta de mi cuerpo. Pero si deseas realizar el deseo de una mujer pecadora, lánzame tu capa de modo que pueda cubrir mi cuerpo y volverme hacia ti y pedir tus bendiciones."

Aquí el terror se apoderó de Zosimas, porque oyó que ella lo llamaba por su nombre. Pero se dio cuenta que ella no podría haber hecho esto sin saber nada de él si ella no hubiese tenido el poder de la percepción espiritual.

Al momento hizo lo que le fue requerido. Se quitó su capa vieja y andrajosa y la lanzó hacia ella, volviéndose al hacer esto. Ella lo recogió y le fue posible cubrir al menos una parte de su cuerpo. Luego se volvió a Zosimas y dijo:

"¿Por qué deseaste, Abba Zosimas, ver a una mujer pecadora? ¿Qué deseas escuchar o aprender de mi, tu que no has retrocedido ante grandes luchas?"

Zosimas se lanzó al suelo y pidió sus bendiciones. Así también ella se inclinó ante él. Y así ellos permanecieron en el suelo postrados pidiendo por la bendición de cada uno. Y solo una palabra podía ser escuchada a cada uno: "¡Bendíceme!" Luego de un largo periodo la mujer le dijo a Zosimas:

Santa María reconoce a Abba Zosimas como sacerdote

"Abba Zosimas, eres tu quien debe dar bendiciones y orar. Has sido dignificado por la orden del sacerdocio y por muchos años te has parado frente al santo altar ofreciendo el sacrificio de los Divinos Misterios."

Esto infundió a Zosimas un terror aun mayor. Desde la lejanía con lágrimas le decía a ella:

"Oh madre, llena con el Espíritu, por tu forma de vida es evidente que vives con Dios y que has muerto para el mundo. La Gracia otorgada a ti es evidente –ya que me has llamado por mi nombre y has reconocido que soy un sacerdote, a pesar de que nunca antes me has visto. La Gracia no es reconocida por las órdenes propias, sino por los dones del Espíritu, así que dame tus bendiciones en el nombre de Dios, ya que necesito tus oraciones."

Luego entregándose al deseo del anciano la mujer dijo:

"Bendito sea Dios Quien se preocupa de la salvación de los hombres y sus almas"

Zosimas respondió: "Amén", y ambos se levantaron. Luego la mujer le preguntó al anciano:

"¿Por qué has venido, hombre de Dios, a mi que soy tan pecadora? ¿Por qué deseas ver a una mujer desnuda y vacía de toda virtud? Aunque sé una cosa – la Gracia del Espíritu Santo te ha traído a darme una ayuda a tiempo. ¿Dime, padre, cómo están viviendo los cristianos? ¿Y los reyes? ¿Cómo está siendo guiada la Iglesia?

Zosimas dijo:

"Por tus santas oraciones madre, Cristo ha dado paz duradera para todos. Pero realiza la indigna petición de un hombre viejo y ora por todo el mundo y por mi que soy pecador, para que así mis viajes por el desierto no sean infructuosos."

Ella respondió:

"Tu eres un sacerdote, Abba Zosimas, eres tú quien debe orar por mi y por todos –ya que esta es tu vocación. Pero como todos debemos ser obedientes, con gusto haré lo que me pides."

Santa María levita en la oración

Y con estas palabras se volvió hacia el Este, y levantando sus ojos hacia el cielo y extendiendo sus manos, comenzó a orar susurrando. No se podían oír palabras aisladas, para que Zosimas no entendiese nada de lo que ella decía en sus oraciones. Mientras tanto él permanecía, de acuerdo a su propia palabra y en gran agitación, mirando al suelo sin decir una palabra. Y juró, llamando a Dios por testigo, que cuando al rato pensó que su oración era muy larga, levantó los ojos del suelo y vio que ella se había elevado a un codo de distancia del suelo y se mantenía orando en el aire. Cuando vio esto, incluso más terror se apoderó de él y cayó al suelo llorando y repitiendo muchas veces, "Señor ten piedad".

Y mientras yacía postrado en el suelo él fue tentado por un pensamiento: ¿Acaso no es un espíritu, y tal vez su oración es hipocresía? Pero en el mismo momento la mujer se volvió, levantó al anciano del suelo y dijo:

"¿Por qué te confunden pensamientos a ti, Abba, y te tientan acerca de mi, como si yo fuera un espíritu y una disimuladora en la oración? Sepa, santo padre, que yo soy sólo una mujer pecadora, aunque estoy protegida por el Santo Bautismo. Y no soy espíritu sino tierra y cenizas, y carne solamente."

Y con estas palabras ella se protegía a sí misma con la señal de la cruz en su frente, ojos, boca y pecho, diciendo:

"Que Dios nos defienda del maligno y de sus designios, porque fiera es su lucha contra nosotros."

Abba Zosimas le ruega a Santa María que le hable de su vida

Escuchando y viendo esto, el anciano se lanzó a tierra y, abrazando sus pies, dijo con lágrimas:

"Te ruego, en el Nombre de Cristo nuestro Dios, Quien fue nacido de una Virgen, por causa de Quien te has desnudado, por causa de Quien haz extenuado tu carne, no esconder de tu esclavo quién eres y cuándo y cómo llegaste a este desierto. Dímelo todo para que los maravillosos trabajos de Dios puedan ser conocidos. En una sabiduría oculta y en un tesoro secreto -¿Qué beneficio hay? Dímelo todo, te lo imploro. Porque no por vanidad o exaltación propia hablarás, sino para revelarme la verdad a mi, un pecador indigno. Creo en Dios, por Quien tú vives y a Quien tú sirves. Creo que Él me trajo a este desierto para mostrarme Sus caminos a través de ti. No está en nuestro poder el resistir los planes de Dios. Si no fuese la voluntad de Dios que tú y tu vida debieran ser conocidas, Él no me habría permitido verte y no me habría dado fuerzas para sobrellevar este viaje, a alguien como yo que nunca antes se atrevió a abandonar su celda."

Mucho más dijo Abba Zosimas. Pero la mujer lo levantó y dijo:

"Estoy avergonzada, Abba, de hablarte sobre mi desgraciada vida, ¡Perdóname en el nombre de Dios! Pero así como ya has visto mi cuerpo desnudo, asimismo descubro ante ti mi trabajo, para que puedas ver con qué vergüenza y obscenidad está llena mi alma. No escapaba por vanidad, como pensaste, porque ¿de qué tengo yo que enorgullecerme –yo que fui elegida como recipiente del diablo? Pero cuando comience mi historia huirás de mi, como de una serpiente, porque tus oídos no serán capaces de soportar la bajeza de mis acciones. Pero te contaré todo sin ocultar nada, solo implorándote primero que todo orar incesantemente por mí, para que pueda encontrar misericordia en el día del Juicio.

Santa María comienza con la historia de su vida

El anciano derramó lágrimas y la mujer comenzó su relato. "Mi tierra natal, santo padre, era Egipto. Aún durante la vida de mis padres, cuando tenía doce años, renuncié a su amor y me fui a Alejandría. Me avergüenza recordar cómo allí al principio arruiné mi virginidad y luego desenfrenada e insaciablemente me entregué a la sensualidad. Es más apropiado hablar de esto brevemente para que apenas puedas conocer mi pasión y mi lujuria. Durante diecisiete años aproximadamente, perdóname, viví así. Era como un fuego de perversión pública. Y no era por causa de las ganancias – aquí hablo la pura verdad. A menudo cuando deseaban pagarme, yo rechazaba el dinero. Actuaba así para hacer que tantos hombres como fuese posible tratasen de obtenerme, haciendo gratis lo que me daba placer. No pienses que yo era rica y que esta era la razón por la que no tomaba dinero. Vivía mendigando, a menudo hilando lino, pero tenía un insaciable deseo y una irreprimible pasión por yacer en la inmundicia. Esto era la vida para mí. Cada tipo de abuso de la naturaleza lo veía como vida."

"Así es como yo vivía. Luego un verano vi a una gran multitud de libios y egipcios que corrían hacia el mar. Le pregunté a uno de ellos, "¿A dónde se apresuran estos hombres?" Él respondió: "Todos van a Jerusalén para la Exaltación de la preciosa y Vivificadora Cruz, que tendrá lugar en unos pocos días." Le dije: "¿Me llevarán con ellos si deseo ir?" "Nadie te detendrá si tienes dinero para pagar el viaje y la comida" Y yo les dije: "Para ser franca, no tengo dinero, ni tampoco tengo comida. Pero iré con ellos e iré abordo. Y me alimentarán, quiéranlo o no. Tengo un cuerpo – lo tomarán en lugar de pagar por el viaje." Súbitamente fui llenada con un deseo de ir, Abba, de tener más amantes que pudiesen satisfacer mi pasión. Yo te dije, Abba Zosimas, que no me forzaras a contarte sobre mi desgracia. Dios es mi testigo, temo contaminarlo a usted y al mismo aire con mis palabras."

Zosimas, entre lágrimas, le contestó:

"Sigue hablando, en el nombre de Dios, madre, habla y interrumpas la continuación de un relato tan edificante."

Y, reanudando su historia, ella continuó:

"Ese joven, al oír mis desvergonzadas palabras, se rió y se fue. Mientras tanto yo, lanzando mi rueda para hilar, corrí hacia el mar en la dirección que todos parecían tomar. Y, viendo algunos hombres jóvenes de pie en la orilla, como diez o más de ellos, llenos de vigor y alerta en sus movimientos, decidí que ellos servirían para mi propósito (parecía que algunos de ellos esperaban más viajeros mientras otros se habían ido a tierra). Desvergonzadamente, como era usual, me mezclé con la multitud, diciendo: "Llévenme con ustedes al lugar al que van: no seré una carga." También añadí unas pocas palabras más evocando la risa general. Viendo mi disposición a ser desvergonzada, de buena gana me llevaron en el bote. Aquellos a quienes esperaban también vinieron, y zarpamos de inmediato."

Santa María deja Egipto hacia Jerusalén

"¿Cómo le relataré a usted lo que sucedió luego de esto? ¡Qué lengua puede contar, qué oídos soportar todo lo que sucedió en el bote durante el viaje! Y además frecuentemente forzaba a aquellos miserables jóvenes incluso contra su propia voluntad. No hay depravación que se pueda o no mencionar de la cual yo no fuera su maestra. Estoy sorprendida, Abba, de cómo el mar soportaba nuestro desenfreno, cómo la tierra no abrió sus mandíbulas, y cómo fue que el infierno no me tragó viva, cuando había enredado en mi red a tantas almas. Pero pienso que Dios buscaba mi arrepentimiento. Porque Él no desea la muerte de un pecador, sino que de forma magnánima aguarda su regreso hacia Él. Finalmente llegamos a Jerusalén. Pasé los días antes del festival en el pueblo, llevando el mismo tipo de vida, tal vez peor. No estaba satisfecha con los jóvenes que había seducido en el mar y que me habían ayudado a llegar a Jerusalén; a muchos otros –ciudadanos del pueblo y extranjeros- también seduje.

Santa María no puede entrar a la Iglesia de la Resurrección

"El santo día de la Exaltación de la Cruz comenzaba mientras yo aún vagaba cazando jóvenes. Al alba vi que todos se apresuraban a ir la Iglesia, así que corrí con el resto. Cuando la hora de la santa elevación se aproximaba, trataba de pasar entre la multitud que luchaba por pasar a través de las puertas de la Iglesia. Finalmente había logrado pasar aunque con gran dificultad casi hasta la entrada del templo, desde donde el Vivificador Madero de la Cruz era mostrado a las personas. Pero cuando pisé en el umbral que todos cruzaban, fui detenida por una fuerza que no me dejaba entrar. Mientras tanto yo era empujada aparte por la multitud y me encontré a mi misma de pie sola en pórtico de la Iglesia. Pensando que esto había sucedido debido a mi debilidad femenina, traté de nuevo de hacerme paso entre la multitud, tratando de empujar hacia adelante. Pero en vano luché. Otra vez mi pie pisó el umbral por el cual muchos entraban en la Iglesia. Solo yo parecía ser rechazada por la iglesia. Era como si allí hubiese un destacamento de soldados parados para oponerse a mi entrada. Una vez más fui excluida por la misma fuerza poderosa y otra vez quedé en el pórtico."

"Habiendo repetido mi intento tres o cuatro veces, finalmente me sentí exhausta y no tuve más fuerza para empujar y ser empujada, así que me hice a un lado y me detuve en un rincón del vestíbulo. Y solo entonces con gran dificultad comencé a entender la razón por la cual no podía ser admitida para ver la vivificadora Cruz. La palabra de la salvación suavemente tocó los ojos de mi corazón y me reveló que era mi vida sucia lo que impedía mi entrada. Comencé a llorar, lamentarme y golpearme el pecho, y a suspirar desde las profundidades de mi corazón. Y así estuve llorando cuando vi sobre mí un icono de la Santísima Madre de Dios. Y volviendo hacia ellas mis ojos corporales y espirituales dije:

"Oh Señora, Madre de Dios, que diste a luz en la carne a Dios el Verbo, yo sé, oh qué bien sé, que no es honor o alabanza para ti cuando alguien tan impuro y depravado como yo mira tu icono, oh siempre Virgen, que mantuviste el cuerpo y el espíritu en pureza. Con razón inspiro odio y desagrado ante tu virginal pureza. Pero he escuchado que Dios, Quien ha nacido de ti, se hizo hombre con el propósito de llamar a los pecadores al arrepentimiento. Por lo tanto ayúdame, ya que no tengo otro auxilio. Ordena que la entrada de la Iglesia me sea abierta. Permíteme ver el venerable Madero sobre el cual Él Quien fue nacido de ti sufrió en la carne y sobre el cual Él derramó Su santa Sangre para la remisión de pecadores y por mí, indigna como soy. Sé mi fiel testigo ante tu Hijo de que yo nunca contaminaré mi cuerpo con la impureza de la fornicación, sino que tan pronto como haya visto el Madero de la Cruz renunciaré al mundo y a sus tentaciones y me iré a donde tu quieras llevarme."

Totalmente arrepentida finalmente entra en la Iglesia

"Así hablé y como si hubiese adquirido cierta esperanza en la fe firme, y sintiendo cierta confianza en la misericordia de la Madre de Dios, dejé el lugar donde estaba orando. Y fui de nuevo y me incorporé a la multitud que empujaba en su camino hacia el templo. Y nadie parecía obstruirme, nadie me impedía entrar en la iglesia. Estaba llena de temor, y casi delirante. Habiendo llegado hasta las puertas que no había alcanzado antes –como si la misma fuerza que me había estorbado despejara el camino para mí- entré ahora sin dificultad y me encontré a mi misma dentro de un lugar sagrado. Y así es como vi la Vivificadora Cruz. Vi también los Misterios de Dios y cómo el Señor acepta el arrepentimiento. Arrojándome al suelo, adoré esa santa tierra y la besé con temor. Luego salí de la iglesia y fui donde ella, que había prometido ser mi protección, al lugar donde había sellado mi voto. Y doblando las rodillas ante la Virgen Madre de Dios, le dirigí palabras como estas:

"Oh amorosa Señora, tu me has mostrado tu gran amor por todos los hombres. Gloria a Dios Quien recibe el arrepentimiento de los pecadores a través de ti. ¿Qué más puedo reunir o decir, yo que soy tan pecadora? Ha llegado el tiempo para mi, oh Señora, de realizar mi voto, de acuerdo a tu testimonio. ¡Ahora llévame de la mano al sendero del arrepentimiento! Y con estas palabras escuché una voz de lo alto:

"Si cruzas el Jordán hallarás reposo".

"Escuchando esta voz y teniendo fe en que era para mi, exclamé a la Madre de Dios:

"¡Oh Señora, Señora, no me abandones!"

"Con estas palabras abandoné el pórtico de la iglesia y comencé mi viaje. Cuando abandonaba la iglesia un extraño me miró y me dio tres monedas, diciendo: "Hermana, tome ésto".

Santa María participa de los Santos Misterios y parte al desierto

"Y, tomando el dinero, compré tres panes y los llevé conmigo en mi viaje, como un don bendito. Le pregunté a la persona que vendía el pan: "¿Cuál es el camino hacia el Jordán?" Fui dirigida a las puertas de la ciudad que llevaban por ese camino. Corriendo atravesé la puertas y aún llorando continué mi viaje. A aquellos que conocí les pregunté el camino, y luego de caminar por el resto de ese día (creo que eran las nueve cuando vi la Cruz) de lejos llegué al atardecer la Iglesia de San Juan Bautista que estaba en la orilla del Jordán. Luego de orar en el templo, fui al Jordán y lavé mi cara y manos en sus santas aguas. Participé de los santos y vivificadores Misterios en la Iglesia del Precursor y comí la mitad de uno de mis panes. Luego, después de beber un poco de agua del Jordán, me acosté y pasé la noche en el suelo. En la mañana encontré un pequeño bote y crucé a la orilla opuesta. De Nuevo oré a nuestra Señora que me guiase a donde quisiera. Luego me encontré en este desierto y desde entonces hasta este mismo día estoy apartada de todo, manteniéndome lejos de la gente y escapándome de cualquiera. Y vivo aquí adherida a mi Dios que salva a todos los que se vuelven a Él de la desesperanza y tormentas (Salmo 53)" Zosimas le preguntó: "¿Cuántos años han pasado desde que comenzaste a vivir en este desierto?"

Ella respondió:

"Cuarenta y siete años han pasado ya, creo, desde que dejé la ciudad sagrada".

Zosimas preguntó:

"¿Pero qué comida encuentras?"

La mujer dijo:

Tenía dos panes y medio cuando crucé el Jordán. Pronto se secaron y se volvieron duros como roca. Comiendo un poco diariamente los terminé gradualmente luego de unos pocos años."

Zosimas preguntó:

"¿Puede ser que sin enfermarte hayas vivido tantos años así, sin sufrir de ninguna forma un cambio tan completo?"

La mujer respondió:

"Me recuerdas, Zosimas, lo que no me atrevo a hablar. Porque cuando recuerdo todos los peligros que superé, y los pensamientos violentos que me confundían, de nuevo me da miedo de que ellos tomarán posesión de mi."

Zosimas dijo:

"No escondas de mí nada; háblame sin ocultar nada."

Santa María relata sus luchas en el desierto

Y ella le dijo: "Créeme, Abba, diecisiete años pasé en este desierto luchando contra bestias salvajes – deseos y pasiones desenfrenados. Cuando estaba a punto de comer, solía comenzar a echar de menos la carne y el pescado que tanto tenía en Egipto. Lamentaba también no tener el vino que tanto amaba. Porque yo tomaba mucho vino cuando vivía en el mundo, mientras aquí ni siquiera tenía agua. Estaba quemada y sucumbía de sed. El desenfrenado deseo de canciones libertinas entró en mi y me confundió en gran manera, alentándome a cantar canciones satánicas que había aprendido. Pero cuando tales deseos entraban en mí me golpeaba a mi misma en el pecho y me recordaba el voto que había hecho, cuando iba al desierto. En mis pensamientos me volvía al icono de la Madre de Dios que me había recibido y a ella imploraba en oración. Le imploraba que expulsara los pensamientos a los cuales mi alma miserable estaba sucumbiendo. Y luego de mucho llorar y golpeando mi pecho solía ver una luz al final que parecía brillar sobre mí desde todas partes. Y luego de la violenta tormenta, la calma duradera descendía."

"¿Y cómo puedo contarte sobre los pensamientos que me llevaban a la fornicación, cómo puedo expresártelos a ti, Abba? Un fuego estaba encendido en mi miserable corazón que parecía quemarme completamente y despertar en mí una sed por abrazos. Tan pronto como este deseo ardiente venía a mi, me arrojaba al suelo y lo mojaba con mis lágrimas, como si viera ante mí a mi testigo, que había aparecido en me desobediencia y que parecía pronosticar el castigo por el crimen. I no me levantaba del suelo (a veces me quedaba así postrada por un día y una noche) hasta que una calmada y dulce luz descendía y me iluminaba y espantaba a los pensamientos que me poseían. Pero siempre volvía los ojos de mi mente hacia mi Protectora, pidiéndole que brindara ayuda a alguien que se hundía con rapidez en las olas del desierto. Y siempre la tenía a ella como mi Auxiliadora y quien aceptaba mi arrepentimiento. I así viví durante diecisiete años entre constantes peligros. Y desde entonces incluso hasta ahora la Madre de Dios me ayuda en todo y me guía como si fuese de la mano."

Zosimas preguntó:

"¿Cómo es posible que no necesitaste comida ni vestido?"

Ella respondió:

"Luego de haber terminado los panes que tenía, de los cuales hablé, por diecisiete años me he alimentado de hierbas y todo lo que puede ser encontrado en el desierto. Las ropas que tenía se rompieron y gastaron cuando crucé el Jordán. Sufrí mucho del frío y del calor extremo: a veces el sol me quemaba y otras veces tiritaba por la helada, y frecuentemente cayendo al suelo yacía sin aliento ni movimiento. Luché contra muchas aflicciones y terribles tentaciones. Pero desde entonces hasta ahora el poder de Dios en numerosas formas ha protegido mi alma pecadora y mi humilde cuerpo. Cuando solamente reflexiono en los males de los cuales Nuestro Señor me ha librado tengo alimento imperecedero de esperanza de salvación. Estoy alimentada y vestida por la todo poderosa Palabra de Dios, el Señor de todos (Deut. 8). No sólo de pan vivirá el hombre (Deut. 8:3) Y errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.(Job 24; Hebreos 11:38)."

Al oír que ella citaba palabras de la Escritura, de Moisés, Job, y los Salmos, Zosimas le preguntó:

"¿Así que haz leído los salmos y otros libros?"

Ella sonrió ante esto y le dijo al anciano:

"Créeme, no he visto un rostro humano desde que crucé el Jordán, excepto la tuya hoy. No he visto una bestia o un ser viviente desde que llegué al desierto. Nunca he aprendido de libros. Ni siquiera he escuchado a alguien que cantara o leyera de ellos. Pero la Palabra de Dios que está viva y activa, por sí misma enseña al hombre conocimiento. Así que este es el final de mi historia. Pero, como te pedí al comienzo, así también ahora te imploro en el nombre de la Verbo Encarnado de Dios, orar al Señor por mi que soy pecadora"(Hebreos 4:12)

Así concluyendo su historia ella se inclinó ante él. Con lágrimas el anciano exclamó:

"Bendito sea Dios que crea lo grande y lo asombroso, lo glorioso y maravilloso sin fin. Bendito sea Dios que me ha mostrado como El recompensa a los que le temen. (Juan 10). Verdaderamente, Oh Señor Tu no olvidas a los que te buscan."(Salmo 9)

Y la mujer, no permitiendo al anciano inclinarse ante ella, dijo:

Santa María informa a Abba Zosimas que él deberá verla el próximo año

"Te ruego, santo padre, en el nombre de Jesucristo nuestro Dios y Salvador, que no le cuentes a nadie lo que has escuchado, hasta que Dios me lleve de esta tierra. Y ahora ve en paz y de nuevo el próximo año me habrás de ver, y yo a ti, si Dios nos preserva en Su gran misericordia. Pero en el nombre de Dios haz como te lo pido: el próximo año durante la Cuaresma no cruces el Jordán, como es costumbre en el monasterio." Zosimas estaba impresionado de escuchar que ella supiera las reglas del monasterio y sólo pudo decir:

"Gloria a Dios, Quien concede grandes dones a quienes lo aman."

Ella continuó:

"Permanece, Abba, en el monasterio. E incluso si deseas irte, no podrás hacerlo. Y al atardecer del santo día de la Última Cena, pon algo del Vivificador Cuerpo y Sangre de Cristo en un santo recipiente digno de mantener tales misterios para mí, y tráelo. Y espérame en las orillas del Jordán inmediatas a las partes deshabitadas de la tierra, para que pueda venir y tomar parte de los Vivificantes Dones. Porque, desde el tiempo que comulgué en el templo del Precursor antes de cruzar el Jordán hasta este día no me he acercado a los Santos Misterios. Y los ansío con irreprimible amor y vehemencia. Y por lo tanto te pido y te imploro que me concedas mi deseo, trayéndome los Vivificantes Misterios en la misma hora que Nuestro Señor hizo a Sus discípulos partícipes de Su Divina Cena. Dile a Juan, el abad del monasterio, dónde vives: mírate a ti mismo y a tus hermanos, porque hay mucho que necesita corrección. Sólo no digas esto ahora, sino cuando Dios te guíe. ¡Ora por mi!"

Con estas palabras ella desapareció en las profundidades del desierto. Y Zosimas, cayendo de rodillas e inclinándose al suelo sobre el cual ella estuvo, envió gloria y gracias a Dios. Y, luego de haber vagado por el desierto, volvió al monasterio en el día en que todos los hermanos volvían.

Abba Zosimas se enferma y recupera

Por todo el año se mantuvo en silencio, no atreviéndose a decir a nadie lo que había visto. Pero en su alma él oraba a Dios para que le diera otra oportunidad para ver el querido rostro de la asceta. Y cuando el primer Domingo de la Gran Cuaresma vino, todos fueron al desierto con las oraciones habituales y el canto de los salmos. Sólo Zosimas fue retenido por una enfermedad –él yacía con fiebre. Y luego recordó lo que la santa le había dicho: "E incluso si deseas irte, no podrás hacerlo."

Muchos días pasaron y al recuperarse finalmente de su enfermedad permaneció en el monasterio. Y cuando de nuevo los monjes regresaron y el día de la Mística Cena declinaba, hizo como le había sido ordenado. Y poniendo un poco del purísimo Cuerpo y Sangre en un pequeño cáliz y poniendo algunos higos y dátiles y lentejas remojadas en agua en un pequeño cesto, partió al desierto y llegó a la orilla del Jordán y se sentó a esperar a la santa. Esperó por mucho tiempo y luego comenzó a dudar. Luego, alzando sus ojos al cielo, comenzó a orar:

"Concédeme, oh Señor, contemplar a aquella que Tu me permitiste contemplar una vez. No dejes que me vaya en vano, llevando la carga de mis pecados."

Y luego le vino otro pensamiento:

"¿Y qué tal si viene? No hay bote; ¿Cómo cruzará el Jordán para venir a mi que soy tan indigno?"

Santa María camina sobre las aguas del Jordán

Y mientras reflexionaba así vio a la mujer santa aparecer y pararse en el otro lado del río. Zosimas se levantó regocijado y glorificando y dando gracias a Dios. Y nuevamente le vino el pensamiento de que ella no podría cruzar el Jordán. Luego vio que ella hacía la señal de la Cruz sobre las aguas del Jordán (y esa noche estaba iluminada por la luna, como él relatara después) y luego ella al instante puso un pie sobre las aguas y comenzó a moverse a sobre la superficie hacia él. Y cuando él quería postrarse, ella le gritaba mientras aún caminaba sobre el agua.

"¡Qué haces, Abba, tú un sacerdote y llevando los Santos Dones!"

Él la obedeció y al llegar a la orilla ella le dijo al anciano:

"¡Bendice, padre, bendíceme!"

Él le respondió temblando, porque un estado de confusión le había sobrevenido a la vista del milagro:

"Verdaderamente Dios no mintió cuando El prometió que cuando nos purifiquemos seremos como Él. Gloria a Ti, Cristo nuestro Dios, que me haz mostrado así a Tu esclavo cuán lejos estoy de la perfección."

Entonces la mujer le pidió que dijera el Credo y el Padre Nuestro. Él comenzó, ella finalizó la oración y de acuerdo a la costumbre de ese tiempo le dio el beso de la paz en los labios. Habiendo participado de los Santos misterios, ella alzó sus manos al cielo suspirando con lágrimas en sus ojos, exclamando:

"Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación." (Lucas 2:29).

Luego le dijo al anciano:

"Perdóname, Abba, por pedirte, pero realiza otro deseo mío. Ve ahora al monasterio y deja que la gracia de Dios te guarde. Y el próximo año ven de nuevo al mismo lugar donde te vi por primera vez. Ven en el nombre de Dios, porque de nuevo me verás, porque tal es la voluntad de Dios."

Le dijo a ella:

"Desde hoy en adelante me gustaría seguirte y siempre ver tu santo rostro. Pero ahora realiza un único deseo para un hombre viejo y toma un poco de la comida que te traje.

Y le mostró el cesto, mientras ella solamente tocaba las lentejas con las puntas de sus dedos, y tomando tres granos dijo que el Espíritu Santo guarda la sustancia del espíritu incorrupta.

Luego dijo:

"Ora, en el nombre de Dios ora por mí y recuerda a una miserable desventurada."

Abba Zosimas pide por sus oraciones al separarse

Habiendo tocado los pies de la santa y pedido a ella que orase por la Iglesia, por el Reino y por él mismo, la dejó ir con lágrimas, mientras él se iba suspirando y afligido, porque no podía esperar vencer al invencible. Mientras tanto ella nuevamente hizo la señal de la Cruz sobre el Jordán, y pisó sobre las aguas y cruzó como antes. Y el anciano volvió lleno de gozo y terror, culpándose a sí mismo de no haber preguntado a la santa su nombre. Pero decidió hacerlo el próximo año.

Y cuando otro año pasó, nuevamente fue al desierto. Llegó al mismo lugar pero no podía ver señal de nadie. Así que alzando sus ojos al cielo como antes, él oró:

"Muéstrame, oh Señor, Tu tesoro puro, que Tú has ocultado en el desierto. Muéstrame, te lo ruego, a Tu ángel en la carne, del cual el mundo no es digno."

Luego en la orilla opuesta del río, con su cara vuelta hacia el sol naciente, él vio a la santa que yacía muerta. Sus manos estaban cruzadas de acuerdo a la costumbre y su cara estaba vuelta hacia el Este. Corriendo él derramó lágrimas sobre los pies de la santa y los besó, no atreviéndose a tocar nada más.

Durante mucho tiempo lloró. Luego, recitando los salmos apropiados, dijo las oraciones del entierro y pensó para sí mismo: "¿Debo yo enterrar el cuerpo de una santa?" Y luego vio palabras trazadas en el suelo junto a su cabeza:

El entierro de Santa María


"Abba Zosimas, entierra en este punto el cuerpo de la humilde María. Regresa al polvo lo que es del polvo y ora al Señor por mi, que partí en el mes de Fermoutin de Egipto, llamado Abril por los Romanos, en el primer día, en la misma noche de la Pasión del Señor, luego de haber participado de los Divinos Misterios2."

Leyendo esto el anciano se alegró de saber el nombre de la santa. Entendió también que tan pronto como había participado de los Divinos Misterios en la orilla del Jordán fue al momento transportada al lugar donde murió. La distancia que a Zosimas le había tomado veinte días abarcar, María había atravesado evidentemente en una hora y al instante había rendido su alma a Dios.

Luego Zosimas pensó: "Es mi tiempo de hacer lo que ella deseaba. ¿Pero cómo cavaré una tumba sin nada en mis manos?"

Y luego vio cerca un pedazo de madera dejado por algún viajero en el desierto. Recogiéndolo comenzó a cavar en el suelo. Pero la tierra estaba dura y seca y no cedía a los esfuerzos del anciano. Se fue cansando y cubriendo de sudor. Suspiró desde el fondo de su alma y alzando sus ojos vio un gran león parado cerca del cuerpo de la santa y lamiendo sus pies. A la vista del león él tembló de miedo, especialmente cuando se le vinieron a la mente las palabras de María de que ella nunca había visto animales salvajes en el desierto. Pero protegiéndose con la señal de la Cruz, le vino el pensamiento de que el poder de aquella que yacía allí lo protegería y mantendría intacto. Mientras tanto el león se acercó a él, expresando afecto en cada movimiento.

Zosimas le dijo al león:

"El Grandioso ordenó que su cuerpo debía ser enterrado. Pero soy viejo y no tengo la fuerza de cavar la tumba (porque no tengo azadón y tomaría demasiado ir y traer uno), ¿Así que podrías tú realizar el trabajo con tus garras? Luego podremos encomendar a la tierra el templo mortal de la santa."

Mientras aún hablaba el león con sus patas delanteras comenzó a cavar un agujero lo suficientemente profundo como para enterrar el cuerpo.

Otra vez el anciano bañó los pies de la santa con sus lágrimas y pidiéndole que orase por todos, cubrió el cuerpo con tierra en la presencia del león. Fue como había sido, desnuda y descubierta excepto el la andrajosa capa que le había sido dada por Zosimas y con la cual María había logrado cubrir parte de su cuerpo. Luego ambos se fueron. El león se fue a las profundidades del desierto como un cordero, mientras que Zosimas volvía al monasterio glorificando y bendiciendo a Cristo nuestro Señor. Y al llegar al monasterio les contó a todos los hermanos sobre todo, y todos se maravillaron al oír los milagros de Dios. Y con temor y amor ellos mantuvieron la memoria de la santa.

El Abad Juan, como Santa María le había dicho anteriormente a Abba Zosimas, encontró ciertas cosas erróneas en el monasterio y se deshizo de ellas con la ayuda de Dios. Y San Zosimas murió en el mismo monasterio, casi alcanzando la edad de cien años, y pasó a la vida eterna. Los monjes mantuvieron esta historia sin escribirla y la pasaron de boca en boca de uno a otro.

Pero yo (agrega San Sofronios) tan pronto como la escuché la escribí. Tal vez alguien más, mejor informado, ya ha escrito la vida de la Santa, pero yo registré todo hasta donde sé, colocando la verdad sobre todo. Mi Dios que obra impresionantes milagros y generosamente concede dones a aquellos que se vuelven a él con fe, recompensa a aquellos que buscan la luz para ellos mismos en esta historia, que escuchan, leen y son entusiastas al escribirla, y que Èl les conceda la fortuna de la bendita María junto con todos aquellos que en diferentes épocas han agradado a Dios por sus pensamientos y obras piadosas.

Y que nos conceda glorificar a Dios, el eterno Rey, que nos conceda también Su misericordia en el día del juicio en el nombre de Jesucristo nuestro Señor, a Quien pertenece toda gloria, honor, dominio y adoración junto con el Padre Eterno y el Santísimo y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.

sábado, 20 de marzo de 2010

Acatistul Bunei Vestiri, Schitul Lacu (Athos)

Ἀκάθιστος - المدائح

APARATOARE DOAMNA

Τη Υπερμάχω Στρατηγώ

SÁBADO DEL AKATHISTO




Milagroso icono de la Madre de Dios del Akathisto, monaterio de Dionisiu, Santa Montaña de Athos

Tono 8º

A ti Madre de Dios, Invencible defensora,
Después de haber sido librada del peligro,
Tu Ciudad te dedica este homenaje por la victoria
Como ofrenda de agradecimiento.
Por tu fuerza irresistible mantenme a salvo de los peligros
Para que pueda cantarte: ¡Alégrate, Novia no desposada!


Corría el año 626 y los persas, ávaros y eslavos llegaron con un gran ejército a las puertas de Constantinopla con la intención de asediarla mientras el emperador Heraclio, junto al grueso de ejército romano estaban ausentes en las provincias más orientales del Imperio. Llegaron por tierra y por mar concentrando sus naves junto al Cuerno de Oro. Junto a las murallas las caballerías y las máquinas de guerra aterrorizaron a los habitantes de la Ciudad que veían en las puntas de las picas las cabezas de los que habían sido apresados fuera de las defensas que mandara levantar el emperador Constantino y que fueran reforzadas por Justiniano.

Las tropas que había en la ciudad no serían capaces de repeler el ataque. Sólo quedaba una esperanza: La santa Madre de Dios, cuyas reliquias santas, su vestido, velo y cinturón se guardaban en la ciudad. Los clamores eras desgarradores, las madres mostraban entre lágrimas a sus hijos delante del icono de la Santísima, los ancianos suplicaban su protección, el Patriarca junto a los monjes y monjas y a todo el clero de la ciudad rogaban insistentemente en la Iglesia de las Blanquernas ante el icono de la Odighitria.

Mientras los habitantes de la Ciudad ponían su esperanza en Dios pidiendo la intercesión de su Santísima Madre, una terrible tempestad se desataba en el mar que destrozaba los barcos de los sitiadores arrojando sus restos frente a la Iglesia de las Blanquernas.

Viendo tan gran milagro, los soldados junto a hombres y mujeres de toda clase y condición se lanzaron fuera de la ciudad aniquilando al ejército enemigo.

En el año 717 se volvía a repetir el portento. Miles de sarracenos, capitaneados por Maslamash sitiaban por tierra y mar la Ciudad en los días de la santa Cuaresma. En los días previos a la fiesta de la Anunciación, se organizó una gran rogativa en la que participaron todos los habitantes de la ciudad. Se sacaron los principales iconos milagrosos de la Madre de Dios los fieles suplicaban con lágrimas ante la superioridad numérica del enemigo que era abrumadora. Cuando la caída de Constantinopla era inminente, encima de las murallas se apareció la Madre de Dios rodeada por los ejércitos celestiales. Tan terrible fue la visión que los impíos sarracenos huyeron despavoridos siendo toda la flota destruida en el Egeo por una tempestad la víspera de la fiesta de la Anunciación.

Desde entonces y recordando este gran portento ocurrido en el quinto sábado de la Gran Cuaresma, se dispuso que todos los años se realizase un servicio de acción de gracias y alabanza a la Madre de Dios. Este magnífico servicio ya se realizaba con anterioridad en la Víspera de la Anunciación pero se trasladó a este día, precedido por cuatro sábados de rogativa en los que se canta el Akathistos dividido en cuatro partes o estanzas en las pequeñas completas del viernes por la noche.

El autor de este magnífico canto de alabanza es San Romanos el Cantor.

Nosotros Como entonces nos vemos rodeados por innumerables enemigos visibles e invisibles que atentan contra nosotros, la Ciudad de Dios, la Iglesia. Sólo invocando la ayuda y auxilio de la Madre de Dios podremos vernos libres de todo peligro y acechanza.

¡Santísima Madre de Dios, sálvanos!

jueves, 18 de marzo de 2010

Por fin!!!


Gracias a Dios, uno de los más nefastos personajes que pululan por España e Iberoámérica ensuciando el buen nombre de la Iglesia ortodoxa y estafando y engañando a cientos de personas de buena fe ha recibido un buen susto por parte de la justicia española.

Esperemos que ya que no ha sabido aceptar la penitencia que le impuso la Iglesia Antioquena ofreciéndole el poder reconciliarse con la Iglesia ahora escarmiente con las penas impuestas por la justicia de los hombres.

Para más información sobre él: http://fakeorthodox.blogspot.com/2009/02/30-1-09.html

P Nicolás

Prisión para un supuesto cura ortodoxo que estafó a una agencia de viajes

Diario de CÓRDOBA

Publicado Jueves , 18-03-10 a las 09 : 29

La Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Córdoba ha condenado a una pena de un año de cárcel a J.I.C.C., presunto sacerdote de la iglesia ortodoxa, como autor responsable de un delito de estafa cometido al pagar varios billetes a una agencia de viajes con un cheque sin fondos.

La sentencia considera probado que el 23 de agosto de 2001, el condenado, «vistiendo un ropaje a modo de sotana y actuando con ánimo de obtener un beneficio económico, se personó en las oficinas de la agencia y solicitó unos billetes de AVE y otros de avión». Como medio de pago, J.I.C.C. entregó un cheque que no tenía fondos.

Durante su declaración ante el juez, «el acusado admitió su presencia en la agencia de viajes \[...\] y era conocedor de que en la cuenta en aquellos momentos no había fondos» para atender el pago de los billetes, señala el fallo.

Además, según el magistrado, «las explicaciones dadas por el procesado en torno a la creencia de que iba a recibir una transferencia del dinero necesario \[...\] resultan del todo inverosímiles habida cuenta de su despreocupación total para solventar la cuestión».

El hecho de haber empleado un talón para fingir una solvencia que no tenía pone de manifiesto que «estamos en presencia de un tipo agravado de la estafa».

Indemnización

Junto a la pena de cárcel, el juez condena al supuesto religioso a 6 meses de multa a 2 euros diarios, además de abonar una indemnización a la agencia de 1.034,04 euros, que coincide con el coste de los billetes sin pagar.
Cabe reseñar que el condenado ha sido acusado a través de la red de hacerse pasar por representante de diversas órdenes. Incluso la Conferencia Episcopal Española alerta de que se trata de un falso sacerdote.

El Fuego Divino




Iba un Metropolita de viaje y al llegar a un pequeño pueblo en la madrugada del domingo decidieron parar a pesar de la urgencia de los asuntos que tenían que tratar en la gran ciudad de Constantinopla con el Patriarca y el Santo Sínodo.

Envió a sus diáconos para que avisara al sacerdote del lugar para que celebrara los Divinos Misterios. Los diáconos encontraron al sacerdote, parecía pobre y sin educación, como un simple aldeano y avisaron al Metropolita de que la Iglesia estaba ya abierta y todo preparado para la Liturgia.

El Metropolita fue al trono y en el momento en el sacerdote se puso delante de la Santa vio como una gran lengua de fuego descendía del cielo cubriendo totalmente al sacerdote sin consumirlo.

Lleno de un profundo temor llamó al sacerdote después de la Liturgia y postrándose ante él y besando sus pobres albarcas le dijo:

“Perdóname, siervo elegido de Dios”

Asombrado el pobre sacerdote le preguntó:

“¿Cómo es posible que el Obispo que ordena al sacerdote le pida a éste que le bendiga?”

El Metropolita le respondió:

“Yo no tengo poder para bendecir a un sacerdote que consagró los Santos Dones en medio del fuego increado de Dios sin ser consumido por él. Verdaderamente el menor ha de ser bendecido por el mayor.”

Entonces el pobre sacerdote, lleno de humildad y temor, le respondió al Metropolita:

“¿Pero es que puede un obispo o un sacerdote celebrar los terribles y vivificantes misterios sin ser rodeado por el Fuego Divino?”

El Metropolita asombrado y maravillado por la iluminación y la pureza de corazón de aquél que habían pensado que no era más que un pobre campesino iletrado siguió su
camino dando gloria a Dios.

(Evergetinos Libro 1 vol. 4 pg. 31-32)

Demos continuas gracias a Dios por el gran milagro de poder participar todos los domingos en la Divina Liturgia y pidamos al Paráclito que descienda sobre nuestros corazones transformándolos y purificándolos con el fuego divino de su amor.

domingo, 14 de marzo de 2010

Sinaxario del Cuarto Domingo de Cuaresma: San Juan Clímaco



Juan, quien vivió en la carne mas estaba muerto al mundo,
ahora sin aliento ni vida vive para siempre.
Ha dejado su obra, la Escala del Ascenso Divino,
mostrándonos los medios de su propio ascenso.
Juan murió el trigésimo día de marzo.


A los dieciséis años, este hábil varón se ofreció a sí mismo como santísimo sacrificio a Dios yendo a unirse al monasterio del Monte Sinaí. Al cumplir los diez y nueve años tomo un voto de silencio. Vivió por cuarenta años en la ermita del valle de Tole, cerca del monasterio, y siempre ardía con amor y el fuego del deseo por Dios. Comía cualquier cosa que no estuviese prohibida por la regla monástica, pero con gran moderación, rompiendo así el cuerno del orgullo. ¡Y qué mente podría expresar la fuente de sus lágrimas! Dormía sólo cuanto era necesario para no hacer daño a su cuerpo, aunque su mente permanecía vigilante aún en el sueño. Oraba sin cesar, y su amor por Dios no tenía límite. Vivió una vida de arrepentimiento agradable a Dios, y habiendo escrito su «Escala del Ascenso Divino», que exponía sus palabras de instrucción, durmió en el Señor estando lleno de bondad. También dejó muchos otros escritos.

Por sus oraciones, oh Dios,
ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén.

4º Domingo de la Gran Cuaresma, Nuestro Padre San Juan Clímaco.

El domingo recuerda memoria de San Juan autor del libro acerca de la escala de virtudes, gran predicador de la oración y del ayuno. Nació en Palestina alrededor del 523 y de pequeño comenzó su trabajo espiritual en el monasterio. Se dice que fue discípulo de San Gregorio Nacianceno.

Fue nombrado director espiritual del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, donde probablemente haya escrito la Santa Escala por un pedido del abad Raitu. En este libro compara las tareas de la vida espiritual con el ascenso de los peldaños de una escalera (clímax).

Del nombre del popular libro viene su apelativo ”Clímaco”, ya que el pequeño tratado que escribió nuestro Santo fue muy popular en la Edad Media. Por este librito, Juan llamado en ese tiempo por los occidentales el Escolástico, obtuvo el nombre de "Clímaco" por el que es conocido.

El Santo nos ha dejado esta “Escala” para nuestra iluminación, para que nos lleve hacia el Amor de Dios Altísimo como lo muestra su Icono característico. Esta obra consta de Treinta escalones y el objeto de “la Escala”, como dice el mismo Clímaco, es “llegar a la madurez de la plenitud de Cristo”. Son escalones de virtudes que cada uno de nosotros debemos subir teniendo como objetivo el último, donde se encuentra el Amor de Cristo.

La memoria del Santo se celebra el 30 de marzo, pero la iglesia lo festeja el 4º domingo de Cuaresma para ofrecernos un mensaje:

que un hombre como nosotros, con su trabajo espiritual logró tener la bendición de Dios y así alcanzar la santificación.

Llegado a una edad muy avanzada, Clímaco retornó a la vida solitaria hasta su muerte.

jueves, 11 de marzo de 2010

EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO DEL 11-M


11 de marzo:
Día Europeo en Recuerdo
de las Víctimas del terrorismo.

domingo, 7 de marzo de 2010

"Straluceste, Cruce a Domnului..."


Duminica a III-a a Sfantului Post: a Crucii


Poate ca in nici un alt context teologic nu se face mai inteleasa Crucea cea plina de daruri a Mantuitorului Hristos cum se face in contextul acestei Saptamani, care poarta Crucea ca miez (saptamana "Stavrofora") si - ca in cealalta saptamana, aceea numita a Patimii, Paste al Crucii - se face, prin semnul cel puternic al izbavirii, trecere din lumea pacatului, prin pustia cautarii, in preaplinul Imparatiei celei Ceresti.


Toata tensiunea duhovniceasca prin care trecem acum, deja pe calea postului, oarecum obositi de nevointe, dezorientati de atata plinatate a harului cata se revarsa prin Biserica spre noi, atunci cand n-am facut pregatirea necesara a trupurilor si a sufletelor spre a primi aceasta chemare a Postului, aceasta vocatie a postirii... Caci dincolo de toate ale Postului, darul cel mai de pret pe care-l primim de la Dumnezeu este insusi Postul, masa la care imparatul, chemandu-ne, ne voieste "ai Sai", oamenii Lui... De-aceea si emotia aceasta a intalnirii cu Sfanta Cruce naste, la mijloc de Post Mare, starea de har si bucurie a mergerii mai departe. Cantarea liturgica este aceea care ne indeamna spre o astfel de exegeza bucuroasa a sarbatorii: "Acum ostile ingeresti insotesc lemnul cel cinstit cu buna cucernicie, inconjurandu-l, si cheama pe toti credinciosii la inchinare. Deci veniti cei ce va luminati cu Postul, sa cadem la el cu bucurie si cu frica, strigand cu credinta: Bucura-te, cinstita Cruce, intarirea lumii!" (Stihira I podobica a Vecerniei). Iar sensul adanc al Evangheliei pe care o vom strabate il vadeste tot textul liturgic: "Incuiat-a sarpele prin lemn Edenul cel de demult, iar lemnul Crucii l-a deschis tuturor celor ce voiesc sa se curateasca prin post si prin lacrimi. Deci vazandu-l pe acesta pus inainte, veniti, credinciosii, sa cadem la el cu frica, strigand: Deschide, Cruce, portile cerurilor, celor ce te cunosc pe tine..." (Stihira III podobica a Vecerniei)


Ca transformarea pe care o propune prezenta Sfintei Cruci in inima crestinului nu este una de suprafata, doar o stim fiecare dintre noi in parte. Spre trecerea aceasta dinspre crestini utopici spre crestini faptuitori ne cheama cantarea liturgica, talcuitoare adanca a cuvintelor Evangheliei zilei (Mc 8, 34-38 si 9, 1). "Straluceste, Cruce a Domnului, luminatele fulgere ale harului tau in inimile celor ce te cinstesc pe tine si cu dragoste dumnezeiasca te primesc, ceea ce esti de lume dorita, prin care a trecut mahnirea lacrimilor, din cursele mortii ne-am izbavit si la veselia cea neincetata ne-am mutat. Arata bunacuviinta frumusetii tale, daruind rasplatirile postirii robilor tai, celor care cer cu credinta ocrotirea ta cea bogata si mila ta cea mare" (Stihira I a Crucii).
Spuneam, talcuind Duminica Ortodoxiei, ca umplerea de bucurie a lumii este starea de ortodoxie plenara, transfiguratoare. Iar Duminica aceasta arata ca umplerea de veselie transfiguratoare a lumii incepe prin urcarea pe Cruce a fiecaruia dintre noi, cei ce ne socotim crestini, adica ai lui Hristos. Iar Postul se vadeste o astfel de cale de comutare in tensiunea ocrotitoare si milostiva a Crucii. A Crucii care se "revarsa" catre noi prin razele sale, pentru ca nu poarta moartea, ci viata, pentru ca, inainte de a fi unealta pe care sa ne rastignim pornirile noastre, este altarul theopathiei, dumnezeiestii patimiri. "Hristoase, Dumnezeul nostru, Cel Ce ai primit rastignire de bunavoie spre Invierea cea de obste a neamului omenesc si prin trestia Crucii, sangerandu-Ti degetele cu vopsele rosii, Te-ai milostivit a iscali pentru noi, ca un imparat, cele ce sunt de iertare; nu ne trece cu vederea pe noi, cei ce suntem amenintati iarasi cu departarea de Tine" (Slava Vecerniei). Intru aceasta sta mai ales adancimea si largimea Crucii, caci, patimind pe ea Hristos, toate se umplu de raza invierii care izvoraste din lemnul-lumina al Crucii. De aici, si icoana restaurarii integrale, prin Cruce, a lumii: "Vazandu-Te toata faptura rastignit pe Cruce gol, pe Tine, Facatorul si Ziditorul tuturor, s-a schimbat de frica si s-a tanguit; soarele si-a strans lumina si pamantul s-a clatinat, pietrele s-au despicat si catapeteasma templului s-a rupt; mortii din morminte s-au sculat si Puterile ingeresti s-au spaimantat, zicand: O, minune! Judecatorul Se judeca si patimeste voind, pentru mantuirea si innoirea lumii" (Slava... Si acum... a Litiei). O restaurare in care suntem cuprinsi si noi - eu, tu, celalalt si celalalt de langa el -, caci nici unul nu-i suntem indiferenti lui Hristos. Si, ca sa ne fie la indemana, Domnul umple de har in primul rand locurile credintei noastre, caci dimineata, la Utrenie, auzim repetat: "Cu lemnul a golit intai vrajmasul raiul, pentru mancare aducand moarte; iar lemnul Crucii, infigandu-se in pamant, a adus oamenilor imbracaminte de viata si toata lumea s-a umplut de toata bucuria. Pe care, vazand-o pusa spre inchinare, impreuna sa strigam lui Dumnezeu, popoare, cu credinta: Plina esti de slava, casa Lui!" (Sedealna Crucii, glas 8). Tot textul tricantarii o intareste: "Ziua aceasta este a inchinarii cinstitei Cruci, veniti toti la dansa! Ca revarsand razele cele luminoase ale Invierii lui Hristos, le pune inainte. Sa sarutam deci toti, sufleteste bucurandu-ne!" (Cantarea 1. II)


Din aceasta prezenta a Invierii, in fibra sa - fizica si duhovniceasca -, Sfanta Cruce se personifica, se personalizeaza: "Arata-te, Crucea Domnului cea mare; arata-mi acum dumnezeiescul chip al frumusetii tale; ca strig catre tine ca si catre o insufletita si te sarut" (Cantarea 1, III). De aceea, in planul mantuirii, identificam in Cruce un aspect euharistie plenar: "Alt rai s-a cunoscut Biserica, ca si cel mai dinainte, avand lemn purtator de viata Crucea Ta, Doamne, din care, prin atingere, luam nemurire" (Cantarea a 5-a, IV). Iar in alt loc, ceva mai inainte, canonul Utreniei ne zice: "Astazi s-a implinit cuvantul proorocului; ca iata, ne inchinam la locul unde au stat picioarele Tale, Doamne. Si, gustand din lemnul mantuirii, am aflat mantuire din patimile pacatelor..." (Sedealna a III-a, glas 6). Cu alte cuvinte, Crucea se face poarta de intrare in imparatia Liturghiei, ea insasi poarta si regat al Imparatiei Cerurilor. Centrata pe Euharistie, adica pe Hristos, teologia Crucii irumpe de umplerea cu duh a lumii, prin Inviere. "Curatirea cu post" si "caldura inimii" (cf. Cantare 5, II) sunt aripile de efort uman pentru implinirea dorintei de mantuire. O sa spuneti ca nimic, sau aproape nimic, nu pare a fi legat de textul evanghelic al zilei Duminicii acesteia. Iar eu am sa va spun ca prea ades superficializam continutul credintei noastre, cum prea ades superficializam talcuirea Scripturii. Astazi, textul liturgic ne-a obligat sa reconstituim, putin cate putin, continutul de lumina al Crucii, pe care Hristos ne indeamna sa o purtam. Si sa intelegem impreuna greutatea de har a cuvintelor pe care Cuvantul le-a rostit intru desavarsita cunostinta de Sine. Sa nu ne mai permitem a ne juca nici cu rostirile, nici cu faptuirile, atunci cand este vorba de Cruce, de purtarea ei, de umplerea lumii cu mantuirea ei. Caci, in fond, Evanghelia zilei la aceasta mucenicie, a purtarii Crucii in mijlocul lumii - care se leapada tot mai lesne de ea - ne indeamna. Nu-i vorba, asadar, de un simplu gest, superficial, si facut in graba, ci de o asezare pe Cruce cu Hristos, de dragul izbavirii din moarte. Cantand, ca la o nunta deplina, cu bucurie: "Nu mai pazeste inca sabia cea de vapaie usa Edenului, ca intr-insa a venit minunata legatura, prin lemnul Crucii. Acul mortii si biruinta iadului s-au alungat, ca de fata ai stat, Mantuitorul meu, strigand celor din iad: Intrati iarasi in rai!" (Condac, glas 7).
Aceasta, neuitand niciodata ca "trei cruci a infipt Pilat in Golgota: doua talharilor, si una Datatorului de Viata. Pe care, vazand-o iadul, a zis celor de jos: O, slugile mele si puterile mele, Cine este Cel Ce a infipt piron in inima mea? Cu sulita de lemn m-a impuns fara de veste si ma rup. La cele dinlauntru ale mele ma doare, pantecele meu se chinuieste, simtirile-mi tulbura duhul si ma silesc a lepada din mine pe Adam si pe cei din Adam, care imi sunt dati prin lemn; ca lemnul pe ei iarasi ii duce in rai!" (Icosul Utreniei)


Triodul acorda Crucii nu doar o zi, ci o saptamana intreaga, in textele acestui filon de duh aflandu-se o seama adanca de texte care, in multe feluri, lamuresc cinstea ce se cuvine Sfintei Cruci, asa dupa cum ea izvoraste si din Sfanta Scriptura. Ca unii ne indeamna sa nu ne inchinam Crucii si nici sa ne insemnam cu ea, ca fug de Taine si de lucrarea preotiei sacramentale, de post, de rugaciune, de tamaie... este adevarat. Si ma intreb cu care se aseamana, caci este unul care fuge de Cruce, de Taine, de tamaie, de lucrarea sfintitoare a Bisericii...


Noua ne este a zice - cum se incheie si Sinaxarul acestei Duminici stavrofore - "prin puterea Crucii, Hristoase, Dumnezeule, pazeste-ne de ispitele celui viclean, invredniceste-ne sa ne inchinam dumnezeiestilor tale Patimi si Invierii celei purtatoare de viata, ducand la capat cu usurinta calea acestui post de patruzeci de zile, si ne miluieste pe noi, ca un singur bun si de oameni iubitor. Amin".